Por: Rolando Andrés López Pereira.
El pasado martes 16 de junio en horas de la noche el Senado de la República aprobó la creación de la Región Metropolitana Bogotá-Cundinamarca. Esta reforma constitucional constituye un importante avance en la integración regional entre la capital colombiana y los municipios aledaños pertenecientes al departamento de Cundinamarca.
Esta figura jurídica permitirá la asociación regional entre Bogotá y los municipios vecinos con el fin de poder planear un desarrollo armónico, articulado y sostenible, en el que todas las partes tengan igual poder y representación para trabajar por un mejor futuro y una mayor integración entre los bogotanos y los cundinamarqueses.
Es innecesario resaltar la interdependencia que tienen entre sí las entidades territoriales anteriormente mencionadas. Nadie puede negar que, a pesar de recibir muchos productos y alimentos de diferentes partes del país, la principal despensa de Bogotá son las diversas localidades de Cundinamarca. Pero esta relación va en ambos sentidos. Los habitantes de Cundinamarca gozan de muchas oportunidades laborales que les dota la ciudad capital, lo mismo que de un acceso a mejores condiciones de salud o educación superior en instituciones capitalinas.
La idea es que con la creación de la región metropolitana esta relación interdependiente se convierta en un gana-gana y no en una eterna competencia entre ciudad y municipios por sacar la mayor ventaja a las fortalezas de cada entidad territorial. Por ejemplo, Bogotá disfruta de un suministro envidiable de agua, pero ese suministro de agua procede de fuentes hídricas ubicadas en otros municipios como La Calera, Cogua, Tausa, Sesquilé, ente otros. Lo justo sería que la capital reditue el suministro del preciado líquido mediante la entrega de recursos para fortalecer las redes de agua y alcantarillado de los municipios.
La principal ventaja que ofrece el modelo de ciudad-región es que el desarrollo y crecimiento de los miembros de esta asociación se hace de manera consensuada, sin que prime el poder presupuestal, como sería el caso de Bogotá; también se evitaría el dominio del número, pues los municipios cundinamarqueses superarían en votos a la capital.
Esta es una oportunidad sin precedentes para que Bogotá y Cundinamarca se sienten en igualdad de condiciones a discutir cómo impulsar temas tan neurálgicos como lo son la descontaminación del río Bogotá, el crecimiento desmesurado de la construcción de vivienda y parques industriales en los municipios de Cundinamarca, la disposición de basuras, la protección del medio ambiente, el desarrollo concertado de los planes de ordenamiento territorial, el acceso a una educación de calidad, la sostenibilidad alimentaria, la planeación de sistemas de transporte masivo y otros asuntos fundamentales para las comunidades de esta región.
Queda esperar que bajo esta nueva realidad las actuales y futuras administraciones de Bogotá y Cundinamarca logren trabajar de la mano, dejando de lado intereses políticos o ambiciones personales. Lo único que los debe unir es el deseo hacer de esta región un polo de desarrollo y riqueza para toda Colombia.