Por: Leonardo Andrés Ballesteros.
Los bancos comunitarios de semillas tienen una amplia historia en el mundo; sin embargo, son poco conocidos, así como también poco apreciados, a pesar de la importante tarea que realizan por la sostenibilidad alimentaria del planeta. Estos centros de almacenamiento inteligente se autodenominan como asociaciones de soberanía alimentaria, pues lo que buscan es mantener el material genético de las plantas libre de la manipulación científica de que viene siendo objeto.
Cuando se habla de las semillas como una metáfora del poder de los dioses en diferentes culturas, tal figura corresponde a la afirmación de éstas como una de las primeras tecnologías naturales que la humanidad reprodujo para potencializar la vida en comunidad. En la América prehispánica diferentes textos rituales, como el Popol Vuh de la cultura maya, hablaban de la creación del mundo como un momento en el cual las semillas jugaron un papel crucial en la existencia de estos pueblos, lo que además da sentido a todas las cosas, desde la palabra que da nombre a la comunidad, hasta la semilla que se transforma en alimento y medicina.

El cuidado de las semillas se ha extendido a otras zonas del continente. Por ejemplo, en el imperio inca en Perú, las semillas se almacenaban en depósitos llamados collcas, una especie de graneros construidos en piedra y distribuidos en hileras que estaban ubicados en las laderas de los cerros, lo que permitía una óptima refrigeración a los alimentos ahí almacenados. En el campo colombiano, tradicionalmente los campesinos han construido zarzos en la parte superior de sus casas, con la intención de que el humo de la leña de las cocinas inmunizara las semillas guardadas y protegiera los alimentos del ataque de las plagas, como también de la humedad.
Las funciones de los bancos de semillas abarcan múltiples actividades que están asociadas a las necesidades y experiencias de las comunidades. Los integrantes de los bancos de semillas emprenden campañas de educación, de intercambio de semillas, de mejoramiento de cultivos a través de la aplicación de mejores prácticas, lo que ha permitido la creación de redes de saber y experiencia necesarias en un mundo densamente poblado en el cual las semillas siguen siendo de uso social. Desafortunadamente, la propiedad de esta riqueza genética está limitada por el desarrollo de biotecnologías extranjeras y privadas con fuertes intereses financieros, las cuales vienen manipulando la estructura natural de las semillas. Los laboratorios de estas multinacionales vinculadas con la industrialización del agro, transforman genéticamente las semillas, bloqueando el acceso a las mismas para buscar mayor eficacia productiva despojándolas no solo de su memoria, sino del patrimonio social sobre el acceso a las mismas.
Las semillas son guardianas de la biodiversidad agraria y de los ecosistemas en general. El ecólogo norteamericano Donald Falk afirma que “las especies son como ladrillos en la construcción de un edificio. Podemos perder una o dos docenas de ladrillos sin que la casa se tambalee. Pero si desaparece el 20 por ciento de las especies, la estructura entera se desestabiliza y se derrumba. Así funciona un ecosistema”. Es por eso que las semillas son cadenas de vida que han evolucionado de la mano de los procesos sociales, culturales y económicos de las sociedades actuales. De ahí la importancia de pensar el medioambiente como un proceso vinculado a las semillas y a las prácticas cuidadoras, custodiadoras y curadoras y guardadoras, como se conocen estas actividades en las jergas campesinas e indígenas actualmente.
Tenjo, Tabio y Sopó, municipios del departamento de Cundinamarca, se destacan como poblaciones pioneras en el cuidado y la sistematización de bancos de semillas, que no solo aparecen listados en documentos, sino bellamente escritos en la propia naturaleza. Los suelos y saberes de indígenas, campesinos y neocampesinos tienen una opción política clara: no solo trabajar por la soberanía alimentaria, sino profundizar el objetivo de la misma mediante el cuidado de las semillas autóctonas para transformar la agricultura química, industrializada y manipulada por una agricultura limpia, local, ecológica y orgánica, con un compromiso profundo con el medio ambiente. Así lo explica en el siguiente video Yuri Gaitán, habitante de Tabio, quien adopta una visión indígena del mundo sobre la protección de las semillas y lo hace como una vocación humana para transformar vidas en el altiplano cundiboyacense.